I. Finalidades de la evaluación
Las personas
aprendemos no porque se nos transmita la información sino porque construimos
nuestra versión personal de ella.
Rita
Levi-Montalcini (2005)
La evaluación puede concebirse como un
proceso dinámico, continuo, sistemático e inclusivo, enfocado hacia los cambios
de actitudes y rendimientos, mediante el cual se verifican los logros
adquiridos en función de los propósitos propuestos. La evaluación busca
evidencias de los cambios que se han efectuado después de la aplicación de un
proceso didáctico determinado, busca las diferencias entre lo que se tenía y lo
que se espera después del proceso.
Uno de los aspectos que se modifican
considerablemente en el enfoque para el desarrollo de competencias es la
evaluación que pasa de ser vertical y unidireccional a horizontal, crítica,
colaborativa, inclusiva, formativa y sumativa. Su propósito central es la toma
de decisiones que permita la identificación y mejora del desempeño de estudiantes
y docentes. Para lo cual debe facilitar la información necesaria, las
reflexiones, rutas y estrategias para poder cumplir con los propósitos de la educación,
que son el desarrollo de las competencias para la vida.
Este enfoque implica un diálogo constante
y una retroalimentación permanente con los alumnos; requiere además, una autoevaluación de la práctica
docente, de las estrategias, actividades o recursos empleados con el fin de
actualizarlos, de tal forma que se tomen las decisiones necesarias para mejorar
la práctica y buscar el tipo de ayuda que los alumnos requieren para favorecer
su aprendizaje y su autonomía.
Una evaluación congruente con las nuevas
exigencias de aprendizaje propone un giro de enfoque y centra la atención en el
sujeto que aprende, por lo que la evaluación estará al servicio de los alumnos.
En tanto el proceso de evaluación sirve primordialmente a los estudiantes, es
pertinente que el maestro reflexione sobre las posibles formas de evaluar, los
instrumentos que utiliza y la toma de decisiones. Resulta fundamental que valore
los procesos de enseñanza aprendizaje y ofrezca a sus alumnos saberes
interesantes y atractivos; atienda sus intereses y gustos y preste atención a
las relaciones que se establecen en el salón de clases para crear un ambiente
de respeto y confianza idóneo para la expresión de emociones. Es por ello que
la evaluación es una gran oportunidad de transformación de la práctica docente.
La evaluación innova todo el trabajo
escolar y en consecuencia, la práctica docente, porque permite una mayor
flexibilidad en el qué, cuándo y cómo se enseña. Brinda a los profesores
oportunidades para atender a la diversidad de necesidades de los alumnos y a su
vez permite que los alumnos reconozcan lo que aprendieron y cómo lo aprendieron. En suma, la evaluación debe estar
al servicio de una pedagogía diferenciada capaz de dar
respuesta
a los intereses y dificultades de cada alumno o alumna, favoreciendo de esta
manera, la inclusión, pilar de la actual reforma educativa.
Como
se mencionó anteriormente, la enseñanza, el aprendizaje y la evaluación deben
constituirse en una unidad indisoluble (Coll, Martín y Onrubia, 2001), de tal
manera que la evaluación sirva para explicar tanto los aprendizajes de los
estudiantes como la actividad instruccional del maestro. La evaluación entonces
servirá para ofrecer información a los estudiantes acerca de los aprendizajes
alcanzados, a fin de que puedan asumir
la
responsabilidad de controlar sus logros. Por otra parte, servirá al docente
para obtener información que le permita mejorar o incorporar diferentes
actividades didácticas al planear y ejecutar actividades de enseñanza.
La
evaluación deber servir para saber qué han aprendido los alumnos acerca de lo
revisado en el curso e incorporar cambios en la organización de su aprendizaje.
La evaluación no es un fin en sí mismo, sino un medio que provee elementos para
mejorar el aprendizaje.
La
evaluación, desde esta perspectiva, ofrecerá a los actores del hecho educativo
información útil y relevante para mejorar cada uno su acción. A los alumnos
para que los conocimientos construidos sean más amplios, significativos y
profundos, y a los profesores, para que
su actividad didáctico-pedagógica sea más eficaz en cuanto a promover mejores
aprendizajes.